Cuando los saludos se retrasan, las cumbres se caen
Anoche, en medio de la “sorpresa” de la suspensión de la X Cumbre de las Américas, recibí una información que parecería menor si no encajara tan bien en el rompecabezas: la nueva embajadora de Estados Unidos en República Dominicana, Leah Francis Campos, todavía no ha podido reunirse con el canciller Roberto Álvarez para presentarle sus copias de estilo. Le han movido la cita en dos oportunidades y, sin ese encuentro, no puede presentarle sus cartas credenciales al presidente Luis Abinader.
Un trámite simple, sí. Pero en diplomacia, los tiempos dicen más que las palabras.
Álvarez debió recibir a Campos el viernes, un día después de su llegada a La Hispaniola, pero el encuentro fue pospuesto para el lunes. Sin embargo, volvió a moverse, esta vez fijando como nueva fecha el miércoles. Horas más tarde, el Ministerio de Relaciones Exteriores de República Dominicana (MIREX) anunciaba la posposición de un evento que jamás había sido cancelado desde su creación, hace más de 30 años.
El MIREX alega “complejidades del contexto regional”. Una fórmula elegante para no decir que el tablero hemisférico acaba de moverse y nos agarró en medio de una jugada.
Hasta hace poco, el discurso oficial se ufanaba de ser el anfitrión de la cita continental. Pero el entusiasmo duró lo que tardó Washington en redibujar su mapa de prioridades. Se habla, en voz baja, de una nueva etapa en la relación entre Estados Unidos y Venezuela, de movimientos militares en la frontera con Guyana y de un clima que ya no soporta fotos de familia ni comunicados felices.
Trump, por su parte, aseguró recientemente que no intervendría en Venezuela, justo mientras explotan barcos en el Caribe y la región huele a pólvora.
La ironía es que Roberto Álvarez había decidido no invitar a Cuba, Nicaragua ni Venezuela, en un gesto que buscaba congraciarse con Washington más de lo necesario. Su política exterior ha sido, desde el inicio, una mezcla de buena educación con exceso de entusiasmo.
Se creyó pieza clave en el tablero de los gringos y actuó como si el juego geopolítico pasara exclusivamente por Washington. Pero mientras él hacía méritos, se le olvidó la nueva embajadora.
Y cuando Washington cambió de jugada, mirando hacia Caracas y midiendo su propio pulso regional, la lealtad dominicana quedó sin utilidad inmediata.
Porque hacerle el “fó” a Managua, Caracas y La Habana no bastó para asegurar ni la foto ni la cumbre. Al final, los favores sin peso político se archivan junto con los comunicados diplomáticos.
Y mientras Álvarez buscaba la aprobación del Norte, el resto de la región le soltaba la mano: varios países nunca confirmaron su participación, y lo que pintaba como una cita hemisférica terminó pareciendo una fiesta con más sillas que invitados.
Porque si algo revela esta secuencia (embajadora esperando, cumbre suspendida) es que la agenda dominicana no tiene el sello “Hecho en RD”. Que la política exterior se volvió un ejercicio de lectura de señales ajenas, no de diseño propio. Que el actuar de Álvarez como caballo de los gringos lo terminó dejando como alfil sacrificado.
Quizás el canciller pensó que despachaba directo con Washington, sin necesidad de un intermediario diplomático. No dimensionó que, al posponer una reunión, realmente lo que estaba posponiendo era su papel como anfitrión.
O tal vez sí. Y lo que el ministro de Relaciones Exteriores está haciendo es comprando tiempo en su despacho, porque si algo ha resonado con más fuerza que este último bochorno, es la noticia de que dejaría su oficina una vez terminada la mencionada cumbre.
Y así vamos, entre silencios diplomáticos y comunicados sobreexplicados, recordando una vieja lección: en la diplomacia, el que confunde subordinación con alianza termina fuera de la foto.